LAS TRES PRIMERAS ESCLAVAS DE CRISTO REY
Conoce a las santas mujeres que comenzaron esta gran obra
Las tres primeras Esclavas de Cristo Rey
Conoce a las santas mujeres que comenzaron esta gran obra
Fotografía antigua de la casa donde vivió la primera comunidad ECR, aún activa (Tudela, España)
LA VIDA DE DON PEDRO LEGARIA

Cuando D. Pedro fue confirmando el deseo de Dios de una nueva fundación religiosa, encontró muchas jóvenes piadosas y comprometidas con las que comenzar, pero se fijó en tres, de familias muy cristianas, para hablarles con claridad del plan que Dios puso en su mente. Estas jóvenes eran María Laporta Martínez, Aurea Martínez Pardo y Ángeles Simón Osés. Son las tres primeras Esclavas de Cristo Rey, las que tejieron con D. Pedro, desde los comienzos la nueva Congregación y formaron la primera comunidad en Tudela, entregándose al servicio del Rey Eterno y Señor Universal, para que sigamos sus huellas.

Nació en Murchante (Navarra – España) el 22 de marzo de 1892. Vivió de los 11 a los 15 años en Tudela y después de este tiempo vuelve a Murchante, donde comienza a dirigirse con D. Pedro Legaria, Párroco del pueblo y futuro fundador de las Esclavas de Cristo Rey.

Pedro la describe así: “Como una violeta humilde y escondida entre la fronda, confundida con miles de hierbecitas que la ocultan de las miradas humanas y que sólo se percibe por su fino aroma”. María recibió gracias extraordinarias de parte de Dios: revelaciones, locuciones divinas, y sufrió luchas abiertas y espantosas con el demonio. Pero en lo que destacó fue en la práctica de las virtudes, en especial la humildad y obediencia. Fue un instrumento de Dios en los comienzos de la Congregación y podemos decir que de una u otra manera se manifestó por medio de ella para confirmar a Don Pedro la fundación de la Congregación. Es la primera de la “Milicia de Jesús” y es por eso que Don Pedro encargará a sus religiosas: “tengan a María de la Cruz por su cofundadora, ámenla con todo el corazón y encomiéndense a ella. Si muere, guarden cuidadosamente su cuerpo, escriban su vida y propaguen sus hechos y virtudes”

María no entra en la Congregación como parte de la comunidad. Aunque Don Pedro y las demás compañeras la consideran y la llamarán, por descontado, el número UNO. Se queda en Murchante con su familia, por más que irá con libertad a la casa de Ejercicios, donde se la reconoce como verdadera Madre de la Congregación.

Al final sus hermanas la cuidan en la enfermedad, recogen sus últimas lágrimas en la agonía y cuando muere el 15 de Julio de 1959 se la llevan de Murchante al panteón de la casa de ejercicios de Tudela.

Nació en Murchante (Navarra – España) el día 24 de Agosto de 1893. Fueron sus padres D. Anselmo y Doña Carmen quienes gozaban de una privilegiada posición social y económica, que con el tiempo ayudará a sostener las obras para la fundación de la nueva Congregación. Tuvieron cuatro hijos, Áurea será la segunda y María su hermana mayor, experimentaron la llamada del Señor a seguirle en la vida religiosa. María ingresó en las Esclavas del Sagrado Corazón y Aurea formará parte del grupo de las primeras hermana, de hecho será la Primera General de la Congregación en los inicios de la Obra. 

Desde muy joven experimenta el deseo de consagrar su vida al Señor, y a  los 14 años ya hacía el voto de castidad privadamente. Pedro Legaria acababa de llegar al pueblo con el deseo de entregarse a su tarea pastoral con verdadera pasión. Y siempre encontró en la familia Martínez Pardo a sus “aliados” ya que siempre estaban dispuestos a colaborar con él en la maravillosa tarea de “conquistar almas para Dios”. Aureíca, como la llamaban siempre, tuvo en D. Pedro a su confesor, acompañante y padre espiritual.

Y así su juventud trascurrió entre la atención a sus padres y y el servicio a la Parroquia. Allí se destacó por el cuidado en el arreglo del altar y la limpieza del templo, eligiendo siempre las tareas más humildes. Se dedicó a enseñar catequesis a las niñas del pueblo y visitaba personalmente a las familias más necesitadas para distribuir la ayuda que recibía de sus padres.

Áurea era un verdadero apóstol; encarnada en su realidad, preocupada de los demás, ayudando siempre con alegría y trato delicado. Su principal inquietud era servir a Jesús en los hermanos, sin detenerse ante los obstáculos. Por eso cuando D. Pedro en 1916 le habla de una nueva fundación, ella responde sin dudar: “Me doy toda y con todo lo mío. Esta Obra dará mucha gloria a Dios y salvara muchas almas”

Desde 1916, cuando D. Pedro las invita a dar comienzo a la Obra,hasta 1928 que es cuando empiezan a vivir en comunidad trascurren 12 años de aprendizaje, constancia y esfuerzo. Años de compartir y tejer entre ellas y con D. Pedro los fundamentos de la nueva Congregación dedicada a los Ejercicios, la Enseñanza y las misiones. Aúrea, por petición de D. Pedro fue escribiendo en unos cuadernos a modo de diario todo lo que hacían y vivían en la Sala de las Primicias, en la Parroquia de Murchante donde se fue gestando esta naciente Obra, llamada al principio “Milicia de Jesús” porque se consideraban verdaderos soldados, apóstoles de Jesús en la conquista de las almas.

Desde el 15 de Junio de 1928, comenzaron a vivir en comunidad, al entrar las tres primeras en la Casa, llevando una de ellas -M. María- una pequeña estatua del Corazón de Jesús, la introdujo en primer lugar, significando que el primer puesto era el suyo y ellas se colocaban bajo su amparo. Desde el comienzo Áurea se convierte en el motor de la comunidad, poniendo al servicio su capacidad de organización y liderazgo, su cultura y cualidades humanas, que facilitaron el arraigo de la obra en los comienzos.

Las tandas de Ejercicios Espirituales fueron la dicha de su apostolado, supo reconocer la trascendencia de la Obra, admirando la capacidad de D. Pedro en la difusión de los Ejercicios y crecimiento de la Congregación.

Por su condición de iniciadora estuvo muy pendiente de la formación de las nuevas vocaciones, la mayoría de Murchante, hijas espirituales de D. Pedro, lo que facilitaba la fraternidad y unión de corazones. Se dedicó especialmente a la organización de las casas, los detalles y costumbres del nuevo modo de vida que se proponían comenzar.

Le correspondió más adelante colaborar intensamente en la preparación de los documentos que se necesitaron cuando llegó la hora de solicitar a la Santa Sede la aprobación canónica de la Congregación. Al realizarse la aprobación canónica, en 1941 fue elegida General de la Congregación, servicio que desempeñó con la mayor naturalidad y humildad, sintiéndose siempre un instrumento a través del cual Dios realizaba su voluntad.

En el año 1947 se celebró el segundo Capítulo General y salió elegida otra hermana.Aureíca pasó a ocupar el lugar sencillo que siempre deseó, viviendo el crecimiento de la Congregación con auténtica libertad y alegría. 

Su salud, siempre delicada, fue debilitándose y la enfermedad se intensificó a finales de 1955, hasta que llegó el momento en que ya no pudo levantarse, quedando tranquila y sin manifestar la más mínima queja por su malestar. El médico comunicó la gravedad en que se encontraba, por lo que con pleno conocimiento y gran serenidad recibió el Viático y la Santa Unción.

El día 2 de Enero de 1956 fue la fecha de su tránsito a la eternidad, unos momentos antes entró la M. Superiora en la habitación, pues quería despedirle, y le preguntó: “M. Aurea, ¿se va al cielo?”, y contestó serenamente su frase acostumbrada: “Yo no quiero sino lo que Dios quiera”; eran las 6:45 de la madrugada, cuando rodeada de la M. General, M. Hilaria de Solozábal, y de varias hermanas más, entraba en la región de la vida y de la paz. Se fue tranquila, con la satisfacción de haberse entregado del todo en la Obra de la Redención.

Nació el 2 de agosto de 1884 en Murchante (Navarra – España), en una familia de arraigadas convicciones de fe y acomodada situación económica. Sus padres Manuel Simón y Juana, quien era maestra; sus hermanas Araceli (También Esclava de Cristo Rey) y Asunción.

Dotada con un carácter bondadoso y dulce, amable y complaciente, siempre acogedor. Era como un reflejo de la Bienaventuranza evangélica: “Dichosos los pacificadores, los que tienen paz en sí y la van sembrando a su paso”. Era parca en el hablar, enemiga de toda crítica y exquisita en la caridad. Amaba el silencio y la humildad le hacía vivir escondida. Angelical y profunda, abnegada, llena de amor.

Con su sencillez innata, plenamente integrada en la familia religiosa de la Esclavas de Cristo Rey, como trasunto de la comunidad Trinitaria, llevó a cabo importantes trabajos de organización de las Casas de Ejercicios, realización de las tandas, intenso aporte de trabajo y de impulso apostólico.

Participó de lleno en la preparación de las vicisitudes que precedieron la fundación de las ECR. Durante la época de espera de aprobación de la fundación, le fue asignado el cargo de Ángel de Postulantes.

Una vez establecida la primera Casa de Ejercicios en Tudela, piensan en ella para ser nombrada Superiora de la Comunidad, y será superiora después en Burlada, Madrid, Covadonga y Pedreña. Era a la vez consejera y no se ahorraba sacrificios para compaginar bien sus actividades teniendo como norma el cumplimiento del deber.

El papel que desempeñó no fue nada fácil ya que le tocaron los años muy difíciles con la República, la contienda de la guerra civil y la posguerra. Sus apunntes reflejan la angustia que lleva en el alma ante las dificultades que pasan para mantener las obras, y atender a las hermanas, pero está respaldada con la oración y sacrificios de María y el consejo prudente y amor de Áurea.

Le caía bien el cargo, para el que estaba dotada de un espíritu verdaeramente maternal. Era tan primorosa en los detalles de su vida con las demás como lo era para bordar y hacer adornos con las flores. Y todas saben dónde está y cómo actúa en sus ratos libres: “A Madre Ángeles la veréis siempre o con el Kempis en la mano o ante el Sagrario en la capilla”.

Por los años 58, 59 se vio libre de cargos de gobierno, pero no de su actividad en la medida que la edad le permitía. Residió en Burlada, encargada de la sacristía con las novicias.

Sus últimos años transcurrieron en la Casa – Madre de Tudela; puede decirse que no se le vio enferma, ni necesitó cuidados de ninguna clase, hasta que en el verano de 1968, habiendo hecho Ejercicios Espirituales con la Comunidad, del 24 de Junio al 2 de Julio, al final se sintió fatigada por un pequeño amago de angina de pecho que le había dado.

El 8 de Julio, de repente, se sintió enferma de gravedad; llamaron de inmediato al sacerdote, quien le administró la Santa Unción. Acompañada de las Hermanas, que oraban a su lado, suavemente, sin agonía y con placidez, pasó a la Casa del Padre diciendo la jaculatoria que marcó su vida: ¡Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío!

Áurea Martínez Pardo

María Laporta Martínez

Ángeles Simón Oses

Cuando D. Pedro fue confirmando el deseo de Dios de una nueva fundación religiosa, encontró muchas jóvenes piadosas y comprometidas con las que comenzar, pero se fijó en tres, de familias muy cristianas, para hablarles con claridad del plan que Dios puso en su mente. Estas jóvenes eran María Laporta Martínez, Aurea Martínez Pardo y Ángeles Simón Osés. Son las tres primeras Esclavas de Cristo Rey, las que tejieron con D. Pedro, desde los comienzos la nueva Congregación y formaron la primera comunidad en Tudela, entregándose al servicio del Rey Eterno y Señor Universal, para que sigamos sus huellas.

Nació en Murchante (Navarra – España) el día 24 de Agosto de 1893. Fueron sus padres D. Anselmo y Doña Carmen quienes gozaban de una privilegiada posición social y económica, que con el tiempo ayudará a sostener las obras para la fundación de la nueva Congregación. Tuvieron cuatro hijos, Áurea será la segunda y María su hermana mayor, experimentaron la llamada del Señor a seguirle en la vida religiosa. María ingresó en las Esclavas del Sagrado Corazón y Aurea formará parte del grupo de las primeras hermana, de hecho será la Primera General de la Congregación en los inicios de la Obra. 

Desde muy joven experimenta el deseo de consagrar su vida al Señor, y a  los 14 años ya hacía el voto de castidad privadamente. Pedro Legaria acababa de llegar al pueblo con el deseo de entregarse a su tarea pastoral con verdadera pasión. Y siempre encontró en la familia Martínez Pardo a sus “aliados” ya que siempre estaban dispuestos a colaborar con él en la maravillosa tarea de “conquistar almas para Dios”. Aureíca, como la llamaban siempre, tuvo en D. Pedro a su confesor, acompañante y padre espiritual.

Y así su juventud trascurrió entre la atención a sus padres y y el servicio a la Parroquia. Allí se destacó por el cuidado en el arreglo del altar y la limpieza del templo, eligiendo siempre las tareas más humildes. Se dedicó a enseñar catequesis a las niñas del pueblo y visitaba personalmente a las familias más necesitadas para distribuir la ayuda que recibía de sus padres.

Áurea era un verdadero apóstol; encarnada en su realidad, preocupada de los demás, ayudando siempre con alegría y trato delicado. Su principal inquietud era servir a Jesús en los hermanos, sin detenerse ante los obstáculos. Por eso cuando D. Pedro en 1916 le habla de una nueva fundación, ella responde sin dudar: “Me doy toda y con todo lo mío. Esta Obra dará mucha gloria a Dios y salvara muchas almas”

Desde 1916, cuando D. Pedro las invita a dar comienzo a la Obra,hasta 1928 que es cuando empiezan a vivir en comunidad trascurren 12 años de aprendizaje, constancia y esfuerzo. Años de compartir y tejer entre ellas y con D. Pedro los fundamentos de la nueva Congregación dedicada a los Ejercicios, la Enseñanza y las misiones. Aúrea, por petición de D. Pedro fue escribiendo en unos cuadernos a modo de diario todo lo que hacían y vivían en la Sala de las Primicias, en la Parroquia de Murchante donde se fue gestando esta naciente Obra, llamada al principio “Milicia de Jesús” porque se consideraban verdaderos soldados, apóstoles de Jesús en la conquista de las almas.

Desde el 15 de Junio de 1928, comenzaron a vivir en comunidad, al entrar las tres primeras en la Casa, llevando una de ellas -M. María- una pequeña estatua del Corazón de Jesús, la introdujo en primer lugar, significando que el primer puesto era el suyo y ellas se colocaban bajo su amparo. Desde el comienzo Áurea se convierte en el motor de la comunidad, poniendo al servicio su capacidad de organización y liderazgo, su cultura y cualidades humanas, que facilitaron el arraigo de la obra en los comienzos.

Las tandas de Ejercicios Espirituales fueron la dicha de su apostolado, supo reconocer la trascendencia de la Obra, admirando la capacidad de D. Pedro en la difusión de los Ejercicios y crecimiento de la Congregación.

Por su condición de iniciadora estuvo muy pendiente de la formación de las nuevas vocaciones, la mayoría de Murchante, hijas espirituales de D. Pedro, lo que facilitaba la fraternidad y unión de corazones. Se dedicó especialmente a la organización de las casas, los detalles y costumbres del nuevo modo de vida que se proponían comenzar.

Le correspondió más adelante colaborar intensamente en la preparación de los documentos que se necesitaron cuando llegó la hora de solicitar a la Santa Sede la aprobación canónica de la Congregación. Al realizarse la aprobación canónica, en 1941 fue elegida General de la Congregación, servicio que desempeñó con la mayor naturalidad y humildad, sintiéndose siempre un instrumento a través del cual Dios realizaba su voluntad.

En el año 1947 se celebró el segundo Capítulo General y salió elegida otra hermana.Aureíca pasó a ocupar el lugar sencillo que siempre deseó, viviendo el crecimiento de la Congregación con auténtica libertad y alegría. 

Su salud, siempre delicada, fue debilitándose y la enfermedad se intensificó a finales de 1955, hasta que llegó el momento en que ya no pudo levantarse, quedando tranquila y sin manifestar la más mínima queja por su malestar. El médico comunicó la gravedad en que se encontraba, por lo que con pleno conocimiento y gran serenidad recibió el Viático y la Santa Unción.

El día 2 de Enero de 1956 fue la fecha de su tránsito a la eternidad, unos momentos antes entró la M. Superiora en la habitación, pues quería despedirle, y le preguntó: “M. Aurea, ¿se va al cielo?”, y contestó serenamente su frase acostumbrada: “Yo no quiero sino lo que Dios quiera”; eran las 6:45 de la madrugada, cuando rodeada de la M. General, M. Hilaria de Solozábal, y de varias hermanas más, entraba en la región de la vida y de la paz. Se fue tranquila, con la satisfacción de haberse entregado del todo en la Obra de la Redención.

Nació en Murchante (Navarra – España) el 22 de marzo de 1892. Vivió de los 11 a los 15 años en Tudela y después de este tiempo vuelve a Murchante, donde comienza a dirigirse con D. Pedro Legaria, Párroco del pueblo y futuro fundador de las Esclavas de Cristo Rey.

Pedro la describe así: “Como una violeta humilde y escondida entre la fronda, confundida con miles de hierbecitas que la ocultan de las miradas humanas y que sólo se percibe por su fino aroma”. María recibió gracias extraordinarias de parte de Dios: revelaciones, locuciones divinas, y sufrió luchas abiertas y espantosas con el demonio. Pero en lo que destacó fue en la práctica de las virtudes, en especial la humildad y obediencia. Fue un instrumento de Dios en los comienzos de la Congregación y podemos decir que de una u otra manera se manifestó por medio de ella para confirmar a Don Pedro la fundación de la Congregación. Es la primera de la “Milicia de Jesús” y es por eso que Don Pedro encargará a sus religiosas: “tengan a María de la Cruz por su cofundadora, ámenla con todo el corazón y encomiéndense a ella. Si muere, guarden cuidadosamente su cuerpo, escriban su vida y propaguen sus hechos y virtudes”

María no entra en la Congregación como parte de la comunidad. Aunque Don Pedro y las demás compañeras la consideran y la llamarán, por descontado, el número UNO. Se queda en Murchante con su familia, por más que irá con libertad a la casa de Ejercicios, donde se la reconoce como verdadera Madre de la Congregación.

Al final sus hermanas la cuidan en la enfermedad, recogen sus últimas lágrimas en la agonía y cuando muere el 15 de Julio de 1959 se la llevan de Murchante al panteón de la casa de ejercicios de Tudela.

Nació el 2 de agosto de 1884 en Murchante (Navarra – España), en una familia de arraigadas convicciones de fe y acomodada situación económica. Sus padres Manuel Simón y Juana, quien era maestra; sus hermanas Araceli (También Esclava de Cristo Rey) y Asunción.

Dotada con un carácter bondadoso y dulce, amable y complaciente, siempre acogedor. Era como un reflejo de la Bienaventuranza evangélica: “Dichosos los pacificadores, los que tienen paz en sí y la van sembrando a su paso”. Era parca en el hablar, enemiga de toda crítica y exquisita en la caridad. Amaba el silencio y la humildad le hacía vivir escondida. Angelical y profunda, abnegada, llena de amor.

Con su sencillez innata, plenamente integrada en la familia religiosa de la Esclavas de Cristo Rey, como trasunto de la comunidad Trinitaria, llevó a cabo importantes trabajos de organización de las Casas de Ejercicios, realización de las tandas, intenso aporte de trabajo y de impulso apostólico.

Participó de lleno en la preparación de las vicisitudes que precedieron la fundación de las ECR. Durante la época de espera de aprobación de la fundación, le fue asignado el cargo de Ángel de Postulantes.

Una vez establecida la primera Casa de Ejercicios en Tudela, piensan en ella para ser nombrada Superiora de la Comunidad, y será superiora después en Burlada, Madrid, Covadonga y Pedreña. Era a la vez consejera y no se ahorraba sacrificios para compaginar bien sus actividades teniendo como norma el cumplimiento del deber.

El papel que desempeñó no fue nada fácil ya que le tocaron los años muy difíciles con la República, la contienda de la guerra civil y la posguerra. Sus apunntes reflejan la angustia que lleva en el alma ante las dificultades que pasan para mantener las obras, y atender a las hermanas, pero está respaldada con la oración y sacrificios de María y el consejo prudente y amor de Áurea.

Le caía bien el cargo, para el que estaba dotada de un espíritu verdaeramente maternal. Era tan primorosa en los detalles de su vida con las demás como lo era para bordar y hacer adornos con las flores. Y todas saben dónde está y cómo actúa en sus ratos libres: “A Madre Ángeles la veréis siempre o con el Kempis en la mano o ante el Sagrario en la capilla”.

Por los años 58, 59 se vio libre de cargos de gobierno, pero no de su actividad en la medida que la edad le permitía. Residió en Burlada, encargada de la sacristía con las novicias.

Sus últimos años transcurrieron en la Casa – Madre de Tudela; puede decirse que no se le vio enferma, ni necesitó cuidados de ninguna clase, hasta que en el verano de 1968, habiendo hecho Ejercicios Espirituales con la Comunidad, del 24 de Junio al 2 de Julio, al final se sintió fatigada por un pequeño amago de angina de pecho que le había dado.

El 8 de Julio, de repente, se sintió enferma de gravedad; llamaron de inmediato al sacerdote, quien le administró la Santa Unción. Acompañada de las Hermanas, que oraban a su lado, suavemente, sin agonía y con placidez, pasó a la Casa del Padre diciendo la jaculatoria que marcó su vida: ¡Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío!

 

María, Áurea y Ángeles en imágenes

(Más fotografías próximamente)