LA VIDA DE DON PEDRO LEGARIA
Conoce el iluminador testimonio de nuestro Padre Fundador
La vida de Don Pedro Legaria
Padre Fundador de las ECR
"Consumirme y agotarme en todo mi ser físico, intelectual y moral por la gloria de Dios y la salvación de las almas"
- Lema de Don Pedro
LIBRO: OBRAS COMPLETAS DE PEDRO LEGARIA ARMENDÁRIZ

Pedro Legaria Armendáriz nació el 2 de junio de 1878 en Tudela, Navarra. Fue el segundo hijo de la familia formada por Pedro Legaria Navarro y Teodora Armendáriz. Vivieron en la calle San Juan, muy cerca de la antigua catedral de Tudela. Su padre se dedicó al oficio de zapatero, atendiendo la tienda de calzado que tenían cerca del mercado de Tudela.

En un ambiente familiar de trabajo, piedad y cariño fueron llegando los hijos: Eloy, Pedro, Bernardina y Tomás, pero pronto un hecho doloroso empañaba la felicidad de esta sencilla familia: cuando Pedro tenía 7 años, el 17 de noviembre de 1885 muere su padre a los 38 años de edad, víctima de la epidemia del cólera, dejando a su esposa e hijos en una situación muy precaria.

Para hacer frente a las necesidades familiares Teodora pone un puesto de verduras y frutas en el mercado, así intenta sacar adelante a sus hijos. Esta mujer de fe, sencilla supo afrontar con valentía la pobreza y estrechez económica. Con gran confianza en el Señor asume el reto de sacar adelante a sus hijos buscando lo mejor para ellos.

Pedro asiste a la escuela municipal, y pronto se distingue con la facilidad en los estudios. Su madre intenta conseguir dos becas en el Hospitalillo de los Niños Huérfanos para sus dos hijos mayores, pero solo consigue una plaza, que será para Pedro. Por eso el 3 de mayo de 1888 lleva a su hijo al Hospitalillo con gran dolor en el alma al separarse de su hijo. Allí hará la Primera Comunión al año siguiente.

Cuando Pedro tiene 13 años ingresa en el Seminario de Tudela, era el día 1 de octubre de 1991. Allí cursó sus estudios alternando con sus responsabilidades en la portería del seminario y como prefecto de disciplina que le asignaron. Esto dice mucho de las cualidades que poseía y de su capacidad para sacar adelante sus estudios con buenas calificaciones y relacionarse con sus superiores y demás compañeros del seminario. Era un joven que anhelaba ser sacerdote. La formación en el Seminario desplegaron sus cualidades, su vida espiritual y celo apostólico, además de la experiencia de los Ejercicios Espirituales de S. Ignacio que realizaban todos los años y el acompañamiento de los PP. De la Compañía de Jesús que atendían a los jóvenes seminaristas.

El 20 de diciembre de 1902 fue ordenado sacerdote y al día siguiente, celebró su Primera Misa en la Iglesia de los Capuchinos de Extramuros de Pamplona. Llegó el día tan ansiado para D. Pedro, celebrar su primera Misa “con todo el amor de su corazón”. Se cumplía su sueño forjado con muchos esfuerzos, dificultades y con el apoyo moral y económico de muchas personas: Ser sacerdote.

Pedro, lleno de juventud, sencillo, ardiente, inteligente y dotado de grandes cualidades, desde su primera misa puso su vida consagrada al servicio de Dios, de sus fieles y de la Obra que el Señor le confió, para el servicio de la Iglesia.

Su primera misión como sacerdote fue en la catedral de Tudela en 1903, a la vez que ejercía como profesor y formado en el Seminario. Dio clases de Sagrada Escritura, y Derecho Canónico. En febrero de 1904 es enviado a Paracuellos de la Ribera pero a los tres meses regresa a Tudela como coadjutor en la Parroquia de Santa María y para dar clases de nuevo en el Seminario de Tudela. A estas clases acudió su hermano Tomás Legaria, seminarista durante esos años.

El 18 de marzo de 1906 es nombrado ecónomo de la Parroquia de Nuestra Señora de la Asunción de Murchante (Navarra). El 24 de ese mismo mes recorre a pie el camino de Tudela a Murchante llevando en su corazón grandes sueños y deseos apostólicos que describe así: “El día 24 de marzo de 1906 será para mi alma de recuerdos imborrables. Solo, pero con el corazón henchido de gozo, después de contemplar las lágrimas de cariño que mi ancianita madre vertía, salí camino de Murchante, mi querido pueblo, más querido que ningún otro. Forjaba planes para el camino, anhelaba con todo mi corazón trabajar mucho, mucho por llevar las almas al Corazón de Jesús, a la Sagrada Eucaristía, a la Inmaculada. Estas eran, aparte de otras, mis ilusiones más queridas. Gocé mucho en este camino, solito con mi Dios. ¡Cuánto quiero quererlo!”

Esa misma tarde se presentó al pueblo y se puso a confesar. Murchante, a 5 Kilómetros de Tudela, tenía alrededor de 2000 habitantes cuando D. Pedro llegó en 1906;  será el lugar donde D. Pedro desarrolló la mayor parte de su ministerio sacerdotal. Su actividad pastoral llenaba los días de D. Pedro: se levantaba para orar, celebrar la Eucaristía, atender en el confesionario, que según decían: “siempre se veía asediado por toda clase de personas: ricos, pobres, jóvenes, ancianos. Todos encontrábamos en él al padre que sin herir cura”. Organizaba con dedicación las actividades de la Parroquia. La catequesis especialmente produjo grandes frutos por la buena organización con que se desarrollaba. Él mismo preparaba a los catequistas. Los grupos apostólicos comprometían a gran número de hombres y mujeres en la actividad y devoción parroquial. Las fiestas religiosas se celebraban de gran participación y solemnidad, y siempre D. Pedro predicaba con claridad, fuerza y dinamismo de modo que era continuamente invitado para predicar en las festividades de otros pueblos; gozaba de fama de buen predicador.

Dedicó muchas horas a la dirección espiritual, poseía sensibilidad e intuición profunda para ayudar en el discernimiento vocacional; por lo que ayudó a muchos jóvenes a encontrar su lugar comprometiéndose en una vida cristiana de seguimiento de Jesús dentro de la consagración religiosa o sacerdotal.  “Tenía una táctica especial en lo tocante a la dirección de las almas. Todos afirmaban que sus consejos eran siempre puros, sanos, consoladores, divino”.

Especialmente se mostró sensible y cercano a los más débiles y pequeños. En los testimonios recogidos sus feligreses destacan que D. Pedro: “con los pobres era generosísimo, repartía pan y limosnas, daba todo lo que tenía, hasta con los coadjutores que ganaban poco”, y en especial los enfermos eran los primeros en sus prioridades: “Atendía a los enfermos a todas horas, nadie moría sin recibir los sacramentos, era muy constante en visitar a los enfermos”.

El lema que vivió  y marcó su ministerio sacerdotal, donde se ve el gran celo apostólico de este hombre de Dios fue: “Consumirme y agotarme en todo mi ser físico, intelectual y moral por la gloria de Dios y la salvación de las almas”.

Una práctica pastoral que caracterizó la actividad de D. Pedro en su Parroquia fue la difusión entre sus feligreses de los Ejercicios Espirituales según el método de San Ignacio de Loyola. Él los había practicado desde seminarista; conocía muy bien su eficacia para vivir una experiencia profunda de encuentro con Dios, descubrir su voluntad y vivir como verdaderos discípulos de Jesús. Año tras año palpó los resultados en su Parroquia.

Desde 1913 organizaba los ejercicios para sus feligreses en una casa sin condiciones en Cintruénigo, y percibía las huellas que dejaban en los que los practicaban: “Había observado que sus mejores feligreses, sus cooperadores más celosos y constantes en el catecismo etc… eran los que habían hecho los Santos Ejercicios con él, en la Parroquia o en una casa sin condiciones, improvisada para ello en Cintruénigo. ¿No podía extenderse más este medio de regeneración cristiana y social? ¿No sería factible establecer una Congregación religiosa, cuyo fin específico fuera la erección y gobierno de Casas de Santos Ejercicios y con la oración y la penitencia por el reclutamiento de ejercitantes y fruto de Ejercicios ayudar a la Compañía de Jesús en este santo ministerio facilitando a toda clase de gentes la práctica santa de pensar seriamente en el negocio de su alma?”

Esta idea que Dios puso en su mente le llevó a acoger este deseo como voluntad de Dios en su vida: “Dios lo quería y no era necesario esperar más”. D. Pedro reunió a tres jóvenes, Aúrea Martínez Pardo, María Laporta Martínez y Ángeles Simón Osés, que fueron las que iniciaron la nueva Congregación. A partir del 1 de enero de 1916, reunidos en la sala de las primicias de la parroquia de Murchante D. Pedro les instruye con el único deseo de responder a la llamada que Dios les hace, buscando únicamente dar mucha gloria a Dios y salvar muchas almas. El celo apostólico de D. Pedro es contagioso: “Nos hizo ver el amor ardentísimo que nuestro Divino Redentor nos tiene y lo mucho que sufre al ver la indiferencia y el poco aprecio y estima que muchas almas tienen de su salvación. Es tanto lo que desea nuestro buen Jesús el salvarnos a todos que si le conociésemos bien, no haríamos otra cosa que trabajar con todas nuestras fuerzas para satisfacer ese su deseo llevándole almas, muchas almas para que gozasen de sus caricias”.

En el diario escrito por M. Aúrea se refleja el verdadero espíritu apostólico de esta naciente congregación, llevaba por nombre “Sociedad apostólica del Sagrado Corazón” y durante los encuentros e instrucciones D. Pedro las llama muchas veces: “las apostólicas”.

Pasaron varios años hasta que esa idea que Dios puso en su mente se pudo ver realizada; la falta de tiempo, de recursos y medios, las negativas por parte de las autoridades eclesiales, etc…fueron algunas de las muchas dificultades que tuvieron que afrontar, pero D. Pedro no dejó de aprovechar las reuniones y acontecimientos para formar a esta primera comunidad de hermanas que se consagraron a Dios con todo lo que tenían. Su deseo de corresponder al amor de Dios fue más grande que esas adversidades, las propias limitaciones o los 12 años de proyectos en los que la Congregación solo existía en germen. Cada detalle que compartían o emprendían lo vivían con entusiasmo, con generosidad, convencidas de que unirse a Jesucristo y a su Obra de salvación de la Humanidad es lo más grande y apasionante que se puede vivir. 

Durante estos años D. Pedro las instruía en temas de formación espiritual y doctrinal referentes a la oración, las virtudes cristianas y los contenidos fundamentales de la fe; en el conocimiento y amor a Jesucristo, a la luz de la devoción al Corazón de Jesús, el amor a la Inmaculada, la vivencia de los votos y consagración religiosa. En momentos especiales renovaban la Oblación inspirados en los tres rasgos de amor: el Nacimiento, la Eucaristía y la Muerte en Cruz. Insistía en el espíritu apostólico de la Obra, en hacer todo por salvar almas, en llevar a todas las personas a Dios por todos los medios a nuestro alcance: oración, sacrificio, visitas, conversaciones, catequesis, apostolado particular en todo tiempo y lugar.

Pedro cuenta con el apoyo y asesoramiento del P. Provincial P. Leza y de sus directores espirituales, en especial el P. Ongay y P. Ubillos. Ellos le ayudaron en todo lo de la Obra, y en la redacción de las Constituciones y Reglamento para la nueva orden religiosa: la Milicia de Jesús.

 

El 15 de junio de 1928, Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, fue un día grande para la Milicia de Jesús. Las tres primeras hermanas tomarán posesión de la nueva Casa de Ejercicios Cristo Rey de Tudela y comenzaron su vida en comunidad. D. Pedro siguió acompañando y formando la Congregación con delicadeza, constancia y prudencia; alternaba estas actividades con su responsabilidad parroquial. Fueron años de gran actividad para él, de cansancio en el ejercicio de sus funciones como párroco y fundador, él mismo lo expresaba a su director espiritual: “No dispongo de un minuto y siempre me encuentro rodeado de multitud de trabajo”.

Otra fecha grande para D. Pedro y la Congregación fue el 7 de octubre de 1940. la Sagrada Congregación de Religiosos, en Roma, firmó el rescripto autorizando al Ordinario de Tudela para hacer la Institución Canónica, aprobando las Reglas y Constituciones por vía de experimento y cambiando el nombre de Milicia de Jesús por el de Esclavas de Cristo Rey. Y el 2 de mayo de 1941 el Sr. Obispo firma la aprobación diocesana del nuevo Instituto.

La Congregación crece y se expande con la llegada de nuevas vocaciones. Cuando muere D. Pedro las Esclavas de Cristo Rey llevaban las casas de Tudela, Burlada, Madrid, Barcelona, Valladolid, Pedreña y Murcia, y en Venezuela trabajan impartiendo clases en Villaloyola (Caracas) San José (Mérida), San Luis Gonzaga (Maracaibo) y Flores de Catia (Caracas). Él percibió cómo Dios hizo crecer la Obra que le había inspirado, y confirmó con hechos una de sus grandes certezas, que la Congregación es una Obra toda y solo del Corazón de Jesús.

Poco a poco se acercaba el final de su vida plena de entrega y buenas obras. Dos acontecimientos coronaron la vida de D. Pedro. En 1952 viajó como peregrino a Roma, visitó algunos lugares memorables y tuvo una audiencia personal con S. S. Pio XII durante 20 minutos en el Vaticano. Este viaje fue una gracia que le consoló mucho, a pesar de las molestias físicas que tuvo que soportar por su precaria salud. Y el otro gran acontecimiento que coronó su entrega sacerdotal fue la celebración de sus Bodas de Oro sacerdotales, el 27 de diciembre de este mismo año, en Tudela.

A partir de esa fecha la salud de D. Pedro estuvo cada vez más debilitada: dolores constantes de cabeza, fragilidad en sus huesos que le impedían celebrar de pie la Santa Misa, etc… sufría mucho pero eso no fue dificultad para atender con bondad a todos los que lo visitaban, de manera especial tenía su corazón en sus hijas, las Esclavas de Cristo Rey que, siendo tan jóvenes ya desarrollaban su actividad apostólica en Venezuela. ¡Cuánto hubiera deseado visitarlas! No pudo ser, pero a través de cartas supo hacerse presente en cada acontecimiento, con verdadero amor de padre.

El 30 de septiembre de 1956 fue el encuentro pleno y definitivo de D. Pedro con el Padre Dios. Muere acompañado de las hermanas de la comunidad de Tudela, después de emitir sus votos, in artículo mortis en la Compañía de Jesús, en presencia del P. Rector del colegio San Francisco Javier de Tudela.

D, Pedro nos dejó el testimonio de una vida gastada haciendo el bien a los demás; se sintió amado por el Sagrado Corazón de Jesús, por eso se firmó siempre Pedro del Sagrado Corazón. Vivió siempre sostenido por la confianza en Dios y el deseo de cumplir su voluntad, y a pesar de las grandes dificultades que tuvo que atravesar nada lo detenía para seguir adelante pues decía: “Todo me viene de la amorosísima Providencia de mi Padre Celestial”

El 20 de diciembre del año 2001, el Papa San Juan Pablo II le declaró como Venerable.

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